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La nación chilena cuya expansión económica ha sorprendido a la economía mundial coronando los primeros puestos en los ranking realizados por universidades estadounidenses, así como de analistas, calculistas y especialista en la materia, se define ahora como una promesa en vía de convertiré en una potencia internacional para el año 2025.

Ahora con Piñera al poder, quien en numerosas oportunidades le ha dicho a sus compatriotas, asesores y magistrados que pertenecen al gabinete ejecutivo de la nación, que Chile podría  convertirse en el primer país desarrollado del mundo.  No suena tan descabellado cuando observamos el incremento en la producción de cobre, así como el amento en la exportación de servicios y productos, sumado al mínimo índice de desempleo, junto a su par Perú, demostrando una loable administración y un despliegue de la estrategia financiera que ha funcionado desde hace varios años.

En su pasado mandato, Piñera se esforzó por comprometerse con la nación chilena generando una dinámica de confianza y producción nunca antes vista, concreción que aprovechó el gobierno socialista de Bachelet proyectando al país internacionalmente, entre cuyos triunfos más notables consistió en la reducción de la pobreza de un abismal 40 % en la dictadura de Pinochet, a un 10 % en el año 2016, rompiendo un récord en el continente latinoamericano.

Muy a pesar del optimismo que demostró Piñera tanto en su primer mandato como en este que acaba de comenzar, las dificultades de que Chile se convierta en un país desarrollado en la década del 10 del segundo milenio de nuestra son bastantes. Primero, el gobierno de Bachelet de alguna manera redujo el desarrollo de la economía en un casi 2 %, distanciándose de ese logro. Claro, que los 4 años que dura la presidencia de cualquier líder es tiempo suficiente para acelerar esa posibilidad; pero  para llevar a Chile a la transformación de un país más desarrollado se necesita mucho más tiempo.

Entre otra de las dificultades se encuentra el índice instituido de los países potencias de la unión europea. Es ya el ejemplo de Portugal que representa una potencia, aunque se encuentra en los últimos peldaños de la escaleras del índice de los países desarrollados del viejo continente. Portugal recibe un PIB percápita $us 30.000, mientras que Chile recibe  $us 25.000 al año. Pensamos que es muy poco para alcanzar esa cifra, pero tengamos en cuenta que se trata de grandes cifras que dependen de muchos factores delicados en un cuadro macropolítico.

Sin embargo, son numerosos, de igual manera, los que están de acuerdo en asegurar que no parece descabellado que Chile se convierta en el primer país desarrollado del continente. Primero, ya es una potencia en Latinoamérica, ejemplo de los demás países, junto a México y Perú; segundo se ha comprobado que los gobiernos de centro derecha y centro izquierda están siendo consolidados en el bienestar de los chilenos y no en discursos feroces que no solucionan nada, sino terminan empobreciendo al país, como en el ejemplo de Venezuela.

Un gran logro para Chile y esperanza para Latinoamérica si logra su cometido para el 2025  de convertirse en una potencia mundial.